Uno debiera ser un «James Bond» del mundo real, de la vida cotidiana. Mantener el mismo semblante incluso en las más adversas circunstancias. Llegar a tiempo, salir en el momento preciso. Decirlo todo con las palabras exactas, sin evasivas o explicaciones innecesarias. Tomar el vino de la manera adecuada, contar una anécdota graciosa justo cuando el tema en la mesa se hace precario o riguroso. No aparecer despeinado por la calle o con algo entre los dientes. Llegar a un lugar y que la mujer más atractiva se interese en saber de dónde viene o a quién busca. Jugar al póker, hacer hoyo en uno, reparar vehículos con un cinturón y una hebilla para el pelo. Que jamás se le haya visto con resaca o pagando en la caja rápida con monedas. Tener siempre a la mano una cita de Rousseau y un Zippo para encender el cigarrillo de la rubia que le dejó ver las bragas mientras cruzaba la pierna. No hablar mucho del pasado glorioso de su familia y mantener siempre un halo de misterio al acomodar las solapas de su abrigo.
Uno debiera equivocarse menos, ganarlas casi todas, saber perder, no flaquear, ser uno mismo en todos momentos; pero el mundo real es más complicado que eso, y todos esperan el traspiés del otro para sentirse adelante.
Alejandro Benito (cc by-nc-nd)