Hasta cierta edad, los niños no tienen conciencia del tiempo, no existe para ellos nada más allá del presente, día y noche son lo mismo, dormir y despertar tienen un único momento. Lo que los ata al mundo es el olor de su madre, el sonido de ciertas voces familiares, el sabor de la leche, el hambre. Luego, palabras como ayer o mañana irán enseñándoles la diferencia entre lo que ven y lo que solo existe en el recuerdo, irán enseñándoles que hay que esperar, sin aún comprender qué es eso del futuro. Poco a poco el tiempo se irá extendiendo en ambas fronteras, atrás y adelante serán los signos que acomoden el presente, que lo definan en una suerte de punto intermedio entre dos elementos intangibles, entre dos caminos de los que no se tiene certeza de ninguno.
Alejandro Benito (cc by-nc-nd)