Los pasos perdidos

los pasos perdidos

Pensé que todo en mi vida se había ido al carajo cuando le pisé el pie a Adriana, bailando, un viernes de jean day cuando tenía once años; pero no, todo siguió igual, salvo que con ella no volví a hablar, me desterró de su vida, y a esa edad las decisiones son muy serias. Luego fue la profesora de danzas, con ese afán de armar las parejas a su gusto, de detener la música para proferir un grito y hacer que Diana, la incómoda pareja de turno, me mirara con cara de «la culpa es tuya, por venir a este mundo«. Cuando todo parecía un asunto que se podía solucionar haciendo un trabajo escrito sobre folklore, aparecieron las fiestas familiares, y con ellas los empujones hacia las improvisadas pistas de baile en los garajes, llenas de primas ansiosas por romper el hielo. Pero con el tiempo los ritmos se fueron diversificando, nuevos caminos menos rigurosos dieron paso a lo simple, a la libertad del elemental golpe de una baqueta en la cabeza del mundo. Ahora, que quiero recorrer los pasos perdidos, buscar el latido de mi sangre latina, sigo sin encontrar ese “un, dos  tres, derecha…, un, dos, tres, izquierda” que se supone habita en la música, que se supone debo hallar en los resquicios de mí, para que él, el ritmo, me siga.

Alejandro Benito (cc by-nc-nd)

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Un comentario en “Los pasos perdidos

  1. A veces uno se encuentra con unos pasos más grandes de los que el resto cuenta. Cuando uno menos lo cree, vuelve a casa, a los pasos que vienen de la sangre, existe reconciliación, y lo más importante, el dominio de varios mundos, de varias pistas, de uno mismo. Todo llega, todo vuelve.

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