Unos pasos delante de mí, sin que algo en particular los eximiera de la cotidianidad, me pareció que una pareja era distinta de las que a su lado iban, de las que conmigo se cruzaban, con sus conversaciones de siempre, sus sencillas palabras para con el otro. De repente estaba en medio de una escena digna de una película romántica, a la que asistía como un personaje accesorio, un don nadie que con su sola presencia hacía verosímil toda la historia. Se encontraron por azar en la calle, pero se conocen de antes, su pasado les permite ese silencio y esas escasas (pero suficientes) palabras. Él lleva un par de días en la ciudad visitando a sus padres, pero pronto tendrá que volver al país donde tiene su trabajo. Ella ha vivido aquí todo el tiempo, parece que ambos han tenido una vida consecuente con sus expectativas. Una estación más adelante, ella le dice (como sin querer decirlo) que le aburre su matrimonio. Él, sin querer una respuesta, le pide la razón. Una evasiva es suficiente. Pronto no hay una pregunta que no aluda a ambos, a lo que no son ahora, a lo que otrora fueron y de repente es historia latente, peligrosamente cercana, tentadora. Al presentirlo, ella decide empezar a despedirse, con el protocolo usual del que sabe que pasará otro buen tiempo antes de volver a verse. Lo siguiente es que ella sale por una de las puertas y él, un instante después, sin que ella se percate, sale por la otra. Lo último que me queda de la escena es su inminente abrazo. Si se fueron a la cama o a tomar un café, no tengo certeza, a los extras no nos queda otra opción que ser testigos de retazos de la historia, hasta que la luz tarde o temprano se posa sobre nosotros.
Alejandro Benito (cc by-nc-nd)
Fotografía de Bernus (http://j.mp/1rjsEGV)
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