Carta a un joven matoneado

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Cómo jode tener miedo, ¿verdad?  Ese temor, que antes provenía de debajo de la cama, de repente ahora es de carne y hueso, tiene nombre, acecha desde la comodidad de su canallada, no deja de mirarte, aun cuando cierras los ojos y las paredes de tu habitación te cubren. Hay palabras y lugares que te han sido vedados sin que pudieras elegir o someter a la razón por qué eres tú el objeto del odio. Te preguntas sin cesar si hay algo en ti que debas cambiar o evitar para acallar a los perpetradores; quizás te hayas preguntado un par de veces si son ellos los que deben cambiar.

Has imaginado que un día, soleado como es hoy, ellos no vuelvan, que tu deseo de justicia fue escuchado y pagaron con creces lo que te han hecho. Otras veces imaginas que es tu mano la que imparte justicia, que te levantas con el poder de eliminar a quien quieras con solo mirarlo, sonríes de camino al autobús pensando y enumerando a los que dejarán de perseguirte. Quizás, con algo de suerte, tengas que mudarte lejos de allí, o alguien ponga orden en el caos porque se dio cuenta por lo que estabas pasando. A veces ocurre que se aburren de ti y buscan otro saco que golpear. Si todo sale bien, solo tendrás que pasar un par de horas en un consultorio escuchando lo obvio de parte de alguien que cree que está enseñándote a pescar. El motivo de esta carta, verás, no es más que soltarte la verdad de un solo golpe, así, a la cara, donde las cicatrices te lo recuerden a diario; creo necesario que lo sepas ahora mismo, no mañana, cuando sea tarde, o cuando ya te hayas rendido. Lo cierto es, amigo mío, que la vida es cruel, injusta, allá afuera espantan, al menor descuido te destrozarán, tengas la edad que tengas, sea cual sea  tu profesión o tu opinión sobre el mundo. Prepárate, esto apenas comienza, y estás solo, siempre lo estarás; si pides ayuda, si te escondes, si corres, no importa, llega un momento en que solo tú puedes oírte, solo tú puedes gritarte «¡de pié!, contaré hasta tres para que te levantes… ¡TRES!«, y solo a ti te obedecerás. No eres débil (nadie lo es), es solo que no conoces aun tus armas, tus agallas, y en cuanto sepas como esquivar los golpes, asegúrate de entrenar como si de eso dependiera tu oportunidad en un barco que se hunde y solo los que sepan nadar llegarán a la orilla. Rendirse no es una opción, debo decirlo, no les des el gusto de saborear tu sangre, si te sientes cobarde, no te avergüences de ello, estas a un paso del fondo, prepárate para impulsarte hacia la superficie con todo el tesón de quien se sabe digno de respirar el aire. Al final saldrás con la costra necesaria para el siguiente embate de la vida. Créeme, aprenderás a amar este oficio de superviviente, el orgullo sabe delicioso en las mañanas, y amanecerá para mostrar a tus enemigos que te levantarás una vez más.
Alejandro Benito (cc by-nc-nd)
Fotografía de Jordán Francisco (http://bit.ly/1vNIane)
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