Testamento

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Soy de esa horrible clase de gente que le pone una canción a cada persona que conoce, si me perdonan la frivolidad. No es una canción al azar, por supuesto, no es la primera canción que encuentro o la que a esa persona le gusta necesariamente; tampoco la que sonó la primera vez que nos vimos, o la que se llama como esa persona (¡vaya, no!). A veces, incluso ya he elegido la canción antes de que llegue ese alguien, como una especie de premonición del que arriba. Pero casi siempre es fruto del tiempo, de las conversaciones, de los tragos, de las discusiones, de los besos (aplica restricciones), de esa idea que se va formando cuando las cartas se muestran. No se alarmen, no voy por ahí diciendo «¡oye, esta es tu canción!» o «¡oye, esta es la canción de tal!», como si fuera una emisora de radio. Pertenece a estratos más personales, y que en algún momento determine que debe saberlo, es para mí un completo misterio, como ahora, que me atrevo a revelar que la canción de mi abuelo José del Cármen, es El mayor, de Silvio Rodríguez. A veces las conexiones que llevan a escoger una canción no tiene mucho que ver, pero ese es también otro misterio. Este es mi testamento, no es mucho, no vale nada, pero es la prueba fehaciente de que pasaron por aquí, que les canté en silencio (a veces gritando), es mi largo Intermezzo.

John Alejandro Benito (cc by-nc-nd)

Fotografía: Ignacio Guerrero (https://flic.kr/p/gd2iuR)

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